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Felipe Calderón


Publicado el 02/12/2012 a las 23:00

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Lo conocí en la Escuela Libre de Derecho hace más de 30 años. Siempre ganador de los
concursos de oratoria y panista de cuna, fue un estudiante destacado, con la mira puesta en la
política. La administración pública me permitió volverlo a encontrar hace cerca de una década.
Desde ese tiempo me convencí de que Felipe tenía todo para ser presidente de México y que yo
quería estar con él. Se lo dije primero a Juan Ignacio Zavala y luego directamente al entonces
director de Banobras. Y me invitó a participar.

El proyecto inició contra viento y marea. El mal clima era, sobre todo, de aguas interiores
provenientes del gobierno y del PAN. Para Fox y Espino, Calderón representaba un huésped
incómodo. Hicieron todo para deshacerse de él. Los rebasó “el hijo desobediente”.

En campaña, cuando parecía que AMLO tenía el triunfo, Calderón reaccionó e hizo ajustes en
estrategia, discurso y equipo, y así remontó el marcador. Su liderazgo y tenacidad fueron la clave
del éxito.

Ya en el poder, el presidente Calderón mostró un temple y olfato político extraordinarios. Muchos
hablan de él desde el análisis externo o a partir de la percepción derivada de los medios de
comunicación. Yo lo conocí como parte de su gabinete, en la intimidad del procesamiento de las
decisiones, del desvelo de los diagnósticos y de la confirmación ideológica.

Sé que mi juicio es subjetivo y animado por la gratitud, admiración y respeto. Pero eso no obnubila
mi capacidad de apreciar en él a un auténtico hombre de Estado. Es un político y abogado que
respeta la república, que ha luchado toda la vida por la democracia y que, como buen panista y
humanista, pone en el centro de toda acción política y de gobierno al bien común y a la dignidad
humana.

No quiero pensar qué habría pasado en este país con un presidente distinto a Calderón
enfrentando calamidades como la crisis alimentaria, la crisis financiera, la pandemia de la
influenza, la muerte de tres secretarios del gabinete, los desastres naturales y el brutal embate de
los cárteles de la delincuencia organizada.

Felipe Calderón le ha entregado a Enrique Peña un país con crecimiento económico generador
de empleos. La disciplina fiscal es ejemplar a nivel internacional. Las reservas del Banco Central
alcanzan para pagar dos veces la deuda externa, mientras que el tipo de cambio y la inflación se
mantienen en rangos más que razonables.

Programas sociales robustos están en marcha y ensanchando su cobertura sin componendas
clientelares. Hoy se tienen y respetan más las libertades y los derechos fundamentales. La
democracia, aunque con insuficiencias y deficiencias, es ya una tónica de vida en el Estado
mexicano. Se avanzó como nunca antes en materia de transparencia, rendición de cuentas y no
se diga en el concierto de las naciones, donde México ocupa un lugar distinguido, respetado e
incomparable. El diálogo directo, sin filtros ni tapujos, con organizaciones de la sociedad civil fue
otro de los árboles que Calderón sembró en su gobierno.

Acaso el tema que presenta mayor polémica en su narrativa y, por tanto, en el debate de las ideas
y la opinión pública sea el de la inseguridad y la violencia en México. Lo cierto es que por fin
alguien se decidió a enfrentar el reto con la firmeza y determinación que demandaba ese cáncer
que crecía impunemente ante los ojos de otros gobernantes.

Qué fácil es hablar de “los muertos de Calderón”. No tienen vergüenza. Hablamos de bandas
criminales sin escrúpulos que no sólo se dedican al narcotráfico (ojalá únicamente fuera eso), sino
que abarcan ya, con la venia complaciente de varias autoridades locales y de gobiernos
anteriores, otros terrenos como secuestro, extorsión, piratería y giros negros.

Yo afirmo que en Calderón tenemos al presidente más trabajador, honesto, responsable y valiente
de la época moderna. Lo expreso con tal seguridad porque tuve el privilegio de acompañarlo.
Porque fui testigo de cómo sus decisiones siempre estuvieron acompañadas por el deber ser sin
pretender imponer su visión ni desacreditar a los distintos.

Deja la Presidencia y se va un hombre congruente y decente. Un político de leyes, de resultados,
de mano firme y pasión por México. Lo echaremos de menos.

Artículo publicado en el Periódico El Universal

http://www.eluniversalmas.com.mx/editoriales/2012/12/61811.php