Noticias

Fondo y forma del discurso inaugural


Publicado el 06/12/2018 a las 16:50

Compartir

Regresó “el día del Presidente”, con todo el boato, la pompa y circunstancia tan criticada y ya tan rebasada. La vilipendiada parafernalia y el besamanos, las cadenas nacionales con insufribles narraciones - incluido el desayuno del inminente primer mandatario- y un largo paseíllo desde San Lázaro hasta Palacio Nacional para recibir, con todo lujo, a jefes de Estado y de gobierno (incluido el dictador venezolano, Nicolás Maduro) y otros invitados “fifís”, marcaron el inicio de una nueva época. 

Ellos se autodenominan “la cuarta transformación”, etiquetando así a un gobierno que apenas inicia y comparándose con gestas como la independencia, la reforma y la revolución. Son cursis y soberbios. Deberían ya saber que esos atributos devienen de la historia, no se anticipan. Pero es mucho pedir. 

En fondo y forma, presenciamos algo lamentable. Si Vicente Fox trascendió el día que rindió protesta por la “puntada” de saludar primero a sus hijos que a los titulares de los otros poderes y demás autoridades, ahora López Obrador pecó de omisión al no dirigirse siquiera a los titulares de los otros dos poderes federales, es decir, a los presidentes de las mesas directivas de ambas cámaras del Congreso de la Unión y al Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Tampoco brindó un saludo respetuoso a los gobernadores de las entidades federativas ahí presentes. Y omitieron también (pequeño detalle) convidar a los titulares y comisionados de los órganos autónomos constitucionales que tanto estorban al nuevo todopoderoso. ¿Para qué desperdiciar lugares en el recinto con los presidentes de la Comisión Federal de Competencia, del Instituto Federal de Telecomunicaciones, del Instituto para la Evaluación de la Educación, del Instituto Nacional de Acceso a la Información y demás “burocracia dorada” (AMLO dixit)? 

En cuanto al fondo del mensaje, llamó poderosamente la atención la fobia que guarda López Obrador a todo aquello que suene o huela a neoliberalismo. “La política económica neoliberal ha sido un desastre, una calamidad para la vida pública del país”, dijo. “El distintivo del neoliberalismo es la corrupción”, y otras expresiones por el estilo. Ah, pero en contraparte, llenó de elogios, no sin nostalgia, a aquella época dorada del desarrollo estabilizador de los años sesenta. Un auténtico paraíso terrenal. De pasadita, pondera de más la figura de Antonio Ortiz Mena como el gran prócer de la estabilidad y crecimiento económico. Y remata diciendo “era abogado, no economista”. 

Qué pena y qué desperdicio no haber aprovechado la ocasión para hacer un llamado a la unidad y la reconciliación nacional. Qué pena que insista en señalar a los empresarios como una “minoría rapaz”. Qué pena que siga polarizando a la sociedad mexicana con su cantaleta de los “conservadores” y “mis adversarios”. Parece que no se ha dado cuenta de que ya ganó y que lo hizo de manera abrumadora e inobjetable. Lo de López Obrador es la confrontación. Es ahí donde se siente realmente cómodo. Pero si eso es válido en la campaña política, no lo es viniendo de alguien que está llamado a ser un auténtico hombre de Estado. 

¿Será mejor la demagogia y el populismo que el neoliberalismo? La historia está plagada de ejemplos de regímenes y gobiernos que comienzan hablando a nombre del pueblo y terminan en dictaduras que coartan libertades y destruyen economías. 

Con sus precios de garantía para el campo, sus nuevas y reacondicionadas refinerías, su rescate de PEMEX y CFE, la autosuficiencia energética y regalar dinero a los jóvenes como incentivo perverso para que se mantengan en la informalidad a cambio de ser mera clientela electoral, López Obrador apuesta por un modelo alternativo que ya no cabe en el mundo global (salvo que quiera hacer de México una ínsula). Llama también la atención que, al tiempo de reiterar que “cancelará” (como si fuera reservación) la Reforma Educativa, anuncia la creación de 100 nuevas universidades (con el fallido modelo de su criatura de la Ciudad de México). Esa es su apuesta por la calidad en la educación. Pobre país. 

Por el contrario, no reconocer que en estos últimos 36 años, además de la corrupción y la impunidad –que, dicho sea de paso, coincido en que son dos grandes lacras y lastres que nos asfixian- también fueron creadas leyes, cultura e instituciones que han transformado el rostro de nuestro país. Es injusto y miope no ver y reconocer los avances que tenemos en muy diversos ámbitos. Porque si algo debe quedar claro es que los mismos gobernantes y legisladores que hemos tenido alguna responsabilidad en estas últimas décadas somos los que, desde ese ámbito de responsabilidad, construimos un sólido andamiaje que, paradójicamente, hoy está en peligro al quedar en manos de quien ostenta tener “las riendas del poder”. 

En efecto, la agenda nacional en materia de derechos humanos, igualdad y no discriminación, educación de calidad, libertad de expresión y derecho a la información, sociedad de la información y del conocimiento, participación creciente del sector privado en la economía, apertura a la inversión extranjera, respeto a la propiedad privada, estado de derecho, transparencia y rendición de cuentas, competencia económica, cobertura universal de servicios de salud, medición de programas sociales, competitividad, productividad, independencia del poder judicial, nacimiento de órganos autónomos constitucionales (banca central, autoridades electorales, cuentas nacionales, evaluación de la educación, acceso a la información pública, telecomunicaciones y radiodifusión, derechos humanos), energías renovables y otros temas de indiscutible trascendencia, vieron la luz justo en el vilipendiado periodo del neoliberalismo. Pero no solo eso. Personajes que acompañan al flamante Presidente fueron altos funcionarios o legisladores de dicha época, como Manuel Bartlett, Esteban Moctezuma, Alfonso Durazo, Germán Martínez, Marcelo Ebrard y Alejandra Frausto, entre otros. 

En suma: el discurso inaugural, en fondo y forma, nos permite anticipar un gobierno que conducirá al país mirando por el espejo retrovisor y plagado de filias y fobias. La confianza y la certidumbre son hoy características indispensables para cualquier nación que pretenda crecer en un entorno de competitividad, con base en la inversión productiva, nacional y extranjera. Y la unidad nacional es otra condición necesaria para que todos rememos en el mismo sentido. Actuar en consecuencia es lo que distingue a un verdadero líder, no aquel que se empeña en ahondar la división y la ruptura. Ni tampoco el que apuesta por la regresión política y económica. Ya veremos de qué está hecho el Presidente y su equipo de trabajo. Por lo pronto, desde aquí le deseamos mucho éxito. Más nos vale que le vaya bien.