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El Senado (primera parte)


Publicado el 22/02/2004 a las 23:00

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Hace un par de semanas comentaba, en este mismo espacio y con motivo de la instalación
formal de la Convención Nacional Hacendaria (CNH), que los intentos de los gobiernos estatales
de articular nuevas formas de interlocución con la federación como también lo es la misma
Conferencia Nacional de Gobernadores (Conago) no es más que el reconocimiento implícito del
fracaso de las instituciones constitucionales con las que contamos y que, en los hechos, han
mostrado su corto alcance para cumplir con los propósitos para los que fueron creadas.

En efecto. Una de dichas instituciones, quizá la idónea o natural para la adecuada representación
de los estados de la República ante el pacto federal, es la del Senado de la República o Cámara
de Senadores. Prevista su existencia en el artículo 50 de la Constitución, se dice que “el Poder
Legislativo de los Estados Unidos Mexicanos se deposita en un Congreso General, que se dividirá
en dos Cámaras, una de diputados y otra de senadores”.

Más adelante, el artículo 56 dispone la integración del Senado y nos dice que éste se conforma
por 128 senadores que serán renovados en su totalidad cada seis años. Así está hoy, pero no
siempre ha sido así y me temo que pocos, muy pocos de quienes hoy participan en el debate
nacional sobre la CNH y demás temas nacionales tienen conciencia de la manera en que se ha
manoseado esta institución y que, en consecuencia, si bien la ha consolidado como contrapeso al
interior del Poder Legislativo y, desde luego, respecto del Poder Ejecutivo Federal, de ninguna
manera se puede ostentar más como la representación real y auténtica de los estados ante la
Federación.

¿Saben por qué son 128 senadores y cómo se distribuyen sus escaños? Va la historia.
Nuestro sistema bicamarista tiene su origen en Inglaterra, lugar en el que se agruparon, en el siglo
XIV, los integrantes del parlamento en dos cuerpos distintos para representar, también, a dos
grupos de clases diferentes: la Cámara Alta o de los lores integrada por la nobleza y los grandes
propietarios; y, la Cámara Baja o de los comunes, representando al Pueblo a secas.

De ahí que no se entiende cómo es que aún seguimos denominándole, en el lenguaje común, a la
Cámara de Senadores como la “Cámara Alta” y a la de diputados como la “cámara baja”, cuando
se trata, por el origen ya comentado, de una división estrictamente de clases que es contraria,
inclusive, a la propia Constitución.

El sistema bicamarista volvió a hacerse presente, siglos después, en los Estados Unidos al
conferir la representación del pueblo a la Cámara de Representantes y la de los estados de la
unión al Senado.

Para el maestro Felipe Tena Ramírez el sistema bicamaral tiene tres ventajas propias que aplican
por igual independientemente de los fines que de tiempo en tiempo y de lugar en lugar se
busquen…

1ª. Favorece el equilibrio de poderes pues debilita la posible supremacía del Legislativo al dividirlo
en dos cámaras, al tiempo que propicia una adecuada división y equilibrio respecto del Poder
Ejecutivo.

2ª. En caso de conflicto entre el Ejecutivo y alguna de las cámaras, la otra puede fungir como
mediadora; siendo que, en caso de que el conflicto sea con ambas cámaras, la presunción de
razón estará del lado del legislativo; y.

3ª. La rapidez de las resoluciones que son propias y deseables en el Poder Ejecutivo no
necesariamente deben ser característica del legislativo y menos en la formación de leyes pues el
hecho de que una misma iniciativa tenga que ser discutida y aprobada secuencialmente en
ambas cámaras es garantía contra la precipitación, el error y las pasiones políticas.
Como se puede ver, la lógica de la división en dos cámaras del Poder Legislativo ha descansado
en un sano equilibrio entre poderes y hacia el interior mismo del Legislativo; así como en una
necesaria y lógica representatividad de los estados que conforman la unión federal en el debate
nacional de las ideas y la expedición de las leyes.

Sin embargo y como podremos ver en mi próxima entrega, las distintas reformas “políticas” que
ha experimentado (yo diría sufrido) nuestra Constitución, han privado al Senado de la República
de su vocación esencial y originaria de ser el foro y espacio natural para la auténtica
representación de los estados de la república ante el pacto federal. Más aún, con dichas reformas
la Cámara de Senadores se ha convertido en arena propicia para hacer sentir el peso de los
partidos políticos y de los grupos e intereses que los mismos cobijan.
Por si fuera poco, quienes encabezan y lideran las discusiones, decisiones y la improcedencia de
muchas de las reformas pendientes son legisladores que ni representan a las entidades
federativas y que tampoco fueron electos con el voto popular. Ya veremos cómo es que llegamos
ahí.

Posdata
Según datos del INEGI, el crecimiento acumulado de la economía mexicana en los tres primeros
años del gobierno de Vicente Fox fue de, apenas, el 1.9%. Es decir, se trata del menor crecimiento
para un periodo similar desde la época del presidente Ruiz Cortines, o sea, desde hace 50 años.
Así, la economía del país ha aumentado escasamente en un 0.63% anual en el gobierno del
cambio. Esa y no otra es la realidad. Las promesas y los discursos, a estas alturas, ya salen
sobrando. Lejos quedó el 7% prometido, entre tantas otras expectativas frustradas.
Claro que siempre se puede argumentar que lo que ahora se tiene es un crecimiento “con
calidad”. No pos sí.

Artículo publicado en el Periódico El Universal